Como consumidores frecuentes de café seguramente en algún momento hemos escuchado la palabra “torrefacto” y también muy seguramente bajo nuestra inocencia lo hemos probado alguna vez.

El torrefacto es el proceso que consiste en añadir una capa de azúcar al grano de café en su última fase de tueste. Se obtiene como resultado un grano bastante oscuro con una capa pegajosa y brillante producto del azúcar quemada.

Para entender el origen del café torrefacto hay que remontarse al siglo XIX, en el cual países como Cuba se realizaban este proceso para retrasar los procesos de oxidación en el café. Con el torrefacto también buscaban proteger el grano de la humedad y de esta forma poder almacenar mejor el café. En España se popularizó el café torrefacto a inicios del siglo XX, propiciado por José Gómez Tejedor, quién patentó por más de 20 años este proceso.

Cabe acotar que suele llevarse al proceso de torrefacto el grano de tipo robusta, principalmente por características económicas. Al ser el café robusta más barato, se obtienen mayores ganancias del proceso de torrefacto. Además, el azúcar añadida infiere en el peso del grano al menos en un 20%, entonces, por cada 100 gramos de café torrefacto obtendríamos 20 gramos de azúcar.

En la actualidad el café torrefacto sigue teniendo un amplio sector que lo consumé, aunque este es considerado de menor calidad, es muy económico y a su vez rentable para quienes lo producen. Su producción constante ya no obedece principalmente al retraso de la oxidación del grano, es mas bien una preferencia de los consumidores.